martes, 10 de marzo de 2009

Lopez Mateos, cuna de las ballenas grises




Por: PatriciaBCS y Gaviota

El viaje comenzó a las 5 de la mañana, había 280 km de carretera que recorrer hacia Bahía Magdalena, al norte de La Paz. En esta época del año la flora hace gala de su resistencia al implacable sol y la poca agua que los alimenta, el paisaje se tiñe de tonos ocre y la aridez se observa por todos lados.

Tras tres horas de camino a llanta veloz y en compañía de algunos "burritos" y empanadas regionales que desayunamos durante el trayecto, estábamos en López Mateos, pueblo pequeño, de pescadores, en donde los tumultos y la contaminación son desconocidos, es el lugar que los cetáceos han elegido para aparearse y venir a tener a sus crías.

Después de emprender un largo viaje, desde las costas de Alaska estos enormes y bellos mamíferos marinos acuden a estas apacibles costas una vez al año. Los pobladores las identifican por las manchas en su cuerpo, los lancheros "conocen su temperamento" y saben cuales permiten acercarse más, hasta casi tocarlas y con cuales guardar más distancia.

La observación turística de ballenas en México se inició en la década de 1970 y en los 90´s empezó a tomar forma como actividad turística de las poblaciones aledañas a las lagunas de San Ignacio y Ojo de Liebre, áreas naturales protegidas desde 1972. Desde 1998 se reguló ésta actividad, para lo que se generó la Norma Oficial Mexicana NOM-131-SEMARNAT-1998 con el fin de evitar la aglomeración de embarcaciones, controlar la manera de aproximarse a las ballenas y capacitar a los lancheros y personal de la cooperativa para dar un servicio turístico de calidad.

En esta época, conscientes del tesoro que albergan, los habitantes del pequeño pueblo se organizaron diferente, existe una cooperativa donde se ponen a la venta artesanías y comida regional, las instalaciones proporcionan a los visitantes puestos de comida, servicios sanitarios e incluso cuidado para los niños que no desean subir a las lanchas. El tono franco y amigable de los pobladores no permite duda de su cuidado, después de todo, las ballenas siguen regresando a procrear aquí, donde son tan bien recibidas.

No se trata de un viaje en crucero ni de un yate de recreación, las "pangas", pequeñas embarcaciones pesqueras cuentan con las medidas de seguridad básicas, chalecos salvavidas y gente que ha crecido y vivido en y del mar acompañan en el paseo.

En promedio son 6 personas por panga, se cobra por hora y cada quien decide cuánto quiere estar o cuánto le permite su bolsillo (aunque el precio no es nada exagerado, aproximadamente 100 pesos por persona la hora si llevan 6 personas). El tránsito está regulado, y se siente el cariño y respeto que los pobladores y turistas tienen por estos hermosos ejemplares marinos, auténticamente sudcalifornianos.

Cuando la travesía comienza, los pescadores saben donde encontrarlas y las reconocen año tras año. Observarlas es un espectáculo maravilloso, esos enormes mamíferos de dimensiones y peso descomunal pueden llegar y acercarse con cuidado a las pequeñas embarcaciones.

Los más suertudos además de la dicha de poder verlas de cerca podrán acercarse hasta a un metro de distancia o quizá hasta poder acariciarlas, alguna, ante el asombro de los presentes pasó bajo la lancha, moviéndola pero con suficiente cuidado para no voltearla, estaba saludando y nadando alrededor para ser observada, su "pequeña" cría la acompañaba.

Tuvimos la suerte de que una madre, curiosa y confiada, se acercara a nuestra panga y de la nada emergiera, silenciosamente, de repente, sin chapotear, para observarnos de cerca y obsequiarnos su majestuosidad. El poder verla así, tan cerca, fue un regalo inesperado que nos lleno de sorpresa y admiración y nos dio una imagen que queremos compartir con ustedes.

Definitivamente es una experiencia única en la vida, poder estar tan cerca de estos maravillosos cetáceos de inmensas proporciones. Saber que existe el respeto, a ellas y sus crías, que la gente del mar en donde año a año regresan, las conocen y las respetan hace pensar que quizá, todavía hay esperanza de que aprendamos a convivir con los seres que, al igual que nosotros, habitamos este planeta.

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